Cuando nacen
los héroes de mi patria,
los ángeles del cielo
se engalanan con luces de bengala,
por la valentía
que irradian.
Naciendo con el sello
de la casta luchadora,
de una guerra sin igual,
entregando hasta
el último residuo de su médula,
por lograr la paz ansiada
de sus coterráneos
que yacen indefensos
ante el mísero invasor.
El Dios Supremo
los admira
por su entrega
en cuerpo y alma,
reflejada en el torrente
de sangre electrizada
al crispar cortocircuito
con las cadenas opresoras.
Son los hijos de la luna,
cobijados
con su fresco manto,
magnetizado
con el vaivén de las mareas.
Amantes de las estrellas
que iluminan
con su faz resplandeciente;
el reflejo de la fina espada
desafiante hasta el último quejido.
Pasionarios
del sistema planetario,
que controla sus neuronas
enlazadas
en el campo de la batalla.
Visionarios
del espacio sideral
para congraciarse
con el inmenso infinito
consumido en la gloriosa eternidad.
Patriarcas de la libertad,
dominantes
de un ejercito invencible en apariencia,
haciendo trepidar
a los mismos
Dioses del Olimpo.
Guerreros
de mis batallas,
capaces de enfrentar
a una inmensa
llamarada
de fuego escalofriante,
con el fin
de conquistar la libertad.
Dos siglos
nos separan de su gesta,
donde se unieron
la esencia de tres razas,
con una sola bandera
en lo mas alto;
¡El Tricolor Nacional!
que flamea imponente,
con la música
al ritmo de la brisa
y al compás
del Himno Nacional
¡Gloria al Bravo Pueblo!
de la Patria Soberana. Laureano Marcano N.