DIÁLOGO DE NOVIEMBRE

Era una de esas noches jóvenes que se agradecen porque aparecen justo cuando uno las necesita. Era una noche azul más que negra, de las que todavía conservan visos y figuras de un día soleado. Un día pesado, cargado de despedidas. Fácil de llevar para los que se iban, difícil para los que se quedaban. Era una de las noches que se añoran desde la niñez, de las que se desean y se sueñan eternas.
Y no pudo ser perfecta, sólo porque no fue más larga. Era cierto que hacía frío, sí, como siempre. Como todos los días y noches de la ciudad. Parecía nublarse con el paso de un minuto, pero nunca llovió. Esa noche tenía que ser así. Era necesario. Con una sola gota, hubiese sido distinta.
Había empezado más temprano que de costumbre. Con un timbre de un teléfono, la llamada, la salida, el corazón, la hora: es tarde, pero al fin y al cabo, no importa. Parece temprano. Un encuentro. El encuentro. Disimular, es lo único que se puede hacer ahora. Hasta que por fin, la verdad. Caminar de la mano, por la mitad o la acera de un parque, correr, casi, con miedo femenino, pero con sueños atravesados en la garganta, ya casi posibles. Nada más. ¿Qué más? Ah, sí, algo más... y... ¿ahora qué? ¿Qué se hace en estos casos?, Ayúdame.
Empezó justo lo más temible. El minuto en que no se sabe qué decir, teniendo tanto. Más bien no se sabe cómo empezar. Bueno, eh... ¿cómo están las cosas? Bien. ¿El colegio? Hoy salí. ¿Lo olvidabas? Ah, sí... perdona. Pensé que estaba con alguien distinto... No quise decir eso, perdona. No te preocupes, a mí también me pasa lo mismo ¿y qué? ...
Mierda. La noche más impresionante para los dos estaba reduciéndose a eso... pero, ¿qué más da? Por qué no hablar de... la noche, el frío, las vacaciones que empiezan hoy, cualquier cosa. ... Tantos años hablando de todo y justo hoy, que necesitamos tema, ¿no tenemos nada que decir? Imposible.
Está bien. Parece que está mejorando. Los pasos son más tranquilos. Estoy cansado. Está bien siéntate. ¿Dónde? Ahí. Bueno. Sentado en un andén. Qué novedad. Y la misma noche joven, azul más que negra, la más añorada, la eterna. Y ahora un lucero, la luna, qué sé yo. Hay de todo pero esta es la hora en que no sé qué decir. Y sé que tú tampoco.
Había pensado en hacer un poco de ejercicio... ¿Sí? Buena idea. Sí, pero ya es tarde. Creo que ya no iré. Además no quiero dejarte solo. (¡ auch... qué dije!!)Y él pensaría: Por fin.
Faltaba un empujoncito. Y... ¿por qué esperar hasta que la noche termine para provocarlo? Hablamos de mi familia, de la tuya, tus hermanos, los míos, el colegio... ya sé, tú ya saliste y yo todavía no... ¿pero sabes? Por fin supe que la edad no importa. Qué más da. De todas maneras no te preocupes que no soy demasiado joven, ni tú demasiado viejo. Estás sentado en un andén, ¿no ves? Los muy grandes se sientan en sillas... sí, está bien, en la calle no hay más que andenes, pero ¿qué hacemos?...
En ese momento hubieras podido decir que no importaba, pero bueno, creo que en noches y horas como esas, las palabras sobran.
Los dos sentados en un andén... noche joven, horas frías, pero no importa. A mí, no me importa. Luces amarillas, qué frío. Un carro, qué frío. Agáchate, es mi vecino. ¿Tu vecino? Sí, agáchate. Bueno, pero, ¿por qué? Es MI vecino, con su esposa. ¿Entiendes? Vecino.
No pasó nada... un beso, ¿sí?... Tensión, silencio absoluto. Noche, frío y el que calla otorga. Dos, tres. ¿Por qué no? De todos modos no importa.
De esas noches en las que un minuto parece un segundo, pero al fin y al cabo es un buen modo de disfrutar y de conocer. De esas noches en las que no importa el frío, en las que no importa el dónde ni el cuándo. Creo que lo importante fue el ahora. Y también creo que duró lo necesario. Lo necesario para acabar con el miedo, con los nervios, con la hora, con la demora, con todo. De esas noches suficientes para dos, en las que todas las mentiras son piadosas. De esas, sí, ya saben.