Allí, al final del camino, cansado,
casi ingenuo, pero sabiendo que moría,
guardé mi secreto en lo profundo
para preservarlo intacto.
Mas la ilusión siempre asombra
y logra atraer lluvias y aguaceros,
aquellos que añoré desde siempre,
para empaparme contigo y dejar
nuestros cabellos mojados en la cara
y la ropa pegada al cuerpo
con esas aguas sin sal
con las que quise mojarme.
Nos secaremos al sol fresco
de la mañana musical tan esperada.
Y madurarán ahora el día y después la tarde,
-en blancos- con luz que baña la piel ya seca,
en corazones sin sombras.