Abre tus alas, pensamiento,
bríndame la frescura del consuelo,
deja que beba su líquido aromático
en la memoria del arroyuelo.
Y bajo este sol que desfallece
dale sombra a mi quebranto,
permite que acaricie su hermosura
y recoja las lágrimas de su llanto;
esa inquietud que dejé en su alma,
ese sufrir que deposité en su cielo,
castígame a mí… ¡que no despierte!
Y déjala a ella dormir su sueño.
Yo soy quien dejó la herida,
la soledad en su aliento,
otro amor cruzó mi destino
y llenó de pesar sus sentimientos;
hoy me perdí de nuevo en su sonrisa,
en el sabor de sus labios entreabiertos,
en el roce de su piel perfumada
cuya fragancia me llegó con el viento.
Y mientras pido perdón a tu mirada
me ofreces de nuevo tu aliento,
déjame decirte, amor mío,
cuánto lo siento…
(Este texto tiene derechos de autor)