Hay en la soledad, el secreto encanto de encontrarse a uno mismo.
Es energizante, cerrar los ojos y poder liberarse de las cadenas que nos envuelven a diario, tener un diálogo íntimo con Dios.
Sentir su presencia, entonces se libera el alma, se aligera la sangre que corre más rápida y nos sentimos livianos y podemos de algún modo ascender hacia el reino divino.
Tenemos dentro de nosotros la panacea universal que aligera nuestros sufrimientos, pero estamos tan embebidos en el mundo material, que no podemos vislumbrar el camino que nos lleve a la perfecta conjunción con los poderes que rigen el universo.
Rompamos los diques que contienen nuestras esperanzas e ilusiones.
No tengamos miedo a soñar, a crecer, a tener fe, eso solo por si mismo logrará que nuestros deseos se cumplan.
Aprendamos a ser tolerantes con nosotros mismos, a comprender nuestros errores y tal vez podamos tener una mejor comunicación con los demás.