Hay una niña que veo crecer desde hace mucho tiempo, su nombre es María. Cuando comenzó todo esto de la cuarentena, María desapareció junto con toda su familia; alguna vez me pregunté por ella pero a veces uno no se da sus propias respuestas. Está enorme, ya no es una niña de 8 años que dejé de ver no hace poco, hoy aparenta su edad, su cabello largo, como siempre recogido, su ropa morada que parece la mandó a dibujar ya que es como ella prefiere verse y esos huaraches que no son los mismos de antes, estos tienen un par de moños tal vez por fin rindió frutos sus jornadas de Esperanza de 6 de la mañana hasta las 8 de la noche, probablemente alguien más tomó sus sueños y los hizo realidad. Antes de dejar de verla, su sonrisa era seca como los rios en verano cuarteados y ásperos, pero esta vez, su sonrisa ilumina como sólo ella puede ser iluminada. No puedo dejar de pensar en esos huaraches que ya no siguen sus pasos, esos que la ayudaron a correr para no ser atropellada ,como los que la acompañaron para probar un poco de comida. Ellos fueron testigos de esa sonrisa el día del niño del año pasado, los mismos con los que dormía, para no perderlos porque eran sus favoritos. Pues María está de regreso, hoy por fin terminó la cuarentena.