Nueve razones tenía
para brindar por la compañía,
esta son superficiales,
el resto, admiro día a dia.
El vino no me gustaba
no rivalizaba contigo,
más dulce y más agudo
era el aroma y el vestido.
Paso a paso,
anécdota a historia,
sonrisa a risa,
calle a piso.
Un mano sobre tu espalda
dibujaba sonrisas en tu cara,
el juego de las figuras
nos hizo cambiar de posturas.
Mientras perdía la camisa
mis manos jugaban con tu pelo,
rizando el rizo,
te robaba unos besos.
Mudo contemplaba tus persianas cerrarse,
con el candado de tus pestañas,
miraba tu boca ampliarse
formando sonrisa de cine.
Fueron pasando los minutos
y Cronos decidió que fuera media noche,
rompieron los besos tiernos
las campanadas salvajes.
Un sobresalto disimulado,
nos hizo rodar en el lecho.
Mi boca encontró la tuya
y después de tres golpes dulces,
fue buscando en tu cuello,
los latidos de tu cuerpo.
Ahí los encontrara corriendo
a un ritmo presto,
fui bajando tramo a tramo
hasta la cordillera de tus senos.
Mis manos tocaron primero,
tus manos arrestaron las mías,
los besos siguieron y siguieron
tus manos guiaron mis dedos.
El calor subía y crecía
al compás de los latidos,
bajé a la llanura del ombligo
para acampar allí mi diligencia.
Tus ansias fueron quitando botones,
mis ganas alimentaron el deseo,
tu sonrisa besaba el cielo,
mis manos recorrieron tu cuerpo.
Giros y giros enérgicos
te situaron sobre mi pecho,
mordiendo con suavidad mi cuello
comenzamos a provocar al silencio.
Poco a poco,
fueron pasando los momentos,
que me hacían creer en la magia,
y ya en el séptimo cielo
empezamos a escenificar el arte,
la arquitectura de las sombras
que se sacian en susurros,
al compás de los impulsos
que lo marcan los latidos.
Y mientras afródita se mordía el labio,
y Zeus me apuntaba con sus rayos,
se fueron apagando las luces
y me deslicé para escuchar tu vientre.
Después de una tormenta
llega una calma empapada,
la humedad del sudor incandescente
y el sabor de los besos candentes.