Muerte, ¡no seas orgullosa!
acuérdate de mí.
Condúceme a esa fosa
que está esperando allí,
con un ramo de rosas
que te daré yo a tí.
Las rosas están mustias;
ya mucho han esperado
pero en su esencia llevan
de mí el postrer legado:
Un mundo de tristeza,
de angustia y de dolor,
son para tí un regalo
¡Tómalo por favor!
Y por fin cuando el velo
del silencio nos cubra,
y las dos, tú y yo
estemos en penumbra,
me estrecharé a tus huesos...
vendrá el silencio eterno.
Y sobre mi dolor ya descendido,
tendré entonces el sueño...
¡El sueño, que es descanso,
que es olvido!