Era su amor, lo mismo que un lucero,
lejano y, ciertamente, luminoso;
tal vez intermitente y caprichoso
y siendo tan humano, muy sincero.
Y yo era de su amor el pordiosero,
por más que inalcanzable la veía.
Mi mano temblorosa le tendía
las veces que la hallaba en mi sendero.
En medio de la noche le decía
con voz apasionada y sin reproche,
rompiendo aquel silencio de la noche,
lo mucho que la amaba y la quería.
No pude, no, saber si ella me oiría;
pero era mi deseo tan intenso,
que, pese a mi fracaso, a veces pienso
y sígolo pensando que era mía.
Por una sola vez mi fantasía
tornó al lucero aquel en más brillante
y pude ver su luz por un instante
cercano ya a mi póstuma agonía.
Entonces fui feliz y parecía
que a todo aquel amor que yo le daba,
la amante caprichosa contestaba
llenando con su amor mi poesía.
Su luz creció y creció de tal manera
que si antes era un mágico lucero
del cual era yo un pobre pordiosero,
hoy era de mi amor la pordiosera.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC