Desde niño tuve una oculta quimera,
tenía un mundo, que solo era mío.
Soñaba siempre por fértil primavera
donde en libertad vivía mi albedrío.
Pero era el Adán entre verdes hojas
dueño absoluto de las yemas ramajes,
de flores; amarillas, blancas y rojas,
pero en soledad son nada los paisajes.
El oro es inútil sin la compañía femenil
de esa situación, no solo yo me di cuenta
también se dio cuenta mi tiempo juvenil,
sueño a Eva que conmigo se acuesta.
De esa realidad se dio cuenta el Creador,
que no hay dicha sin la mujer amada,
es cual lluvia a la planta para su esplendor,
es la diosa de la vida que debe ser mimada.
Autor: Alcibíades Noceda Medina