Laberinto vacío

Quizás mis fantasmas

estén siempre ahí.

Asechándome en los rincones más lúgubres

de mis recuerdos.

Esperando para echarme la zarpa

y arrancarme la rabia

más asustada.

O quizá sea mi forma

de sobrevivir,

dentro de este latido perpetuo

donde los relojes mueren en los sueños

y en las alcantarillas con miedos.

Los gritos son de niño

y las farolas son de hombre.

Quizás tenga las manos manchadas de sangre.

De un cansancio infinito

que ya no duele,

ni siquiera escuece.

Al final de las horas

siempre estaré yo,

para volverme a levantar del fango,

aunque la muerte me silbe

detrás del silencio.

Quizás solo baste

una palabra para cambiarlo todo

o una mirada sin lágrimas

delante de un cristal sin fondo.

Llegará el otoño

y en las hojas caídas te olvidarás de mí.

Y de los charcos mojados.

Y de las sobras marchitas

por donde treparon mis labios.

Y volveré a quitarme el sombrero

para esperar de nuevo

otra batalla del destino.

Qué más da que no me escuches,

o que la noche se rompe en dos lunas.

Si no has escarbado en mi alma

no esperes mi perdón,

pero tampoco supliques por el alba

o por la última ola de la orilla.

Las cartas están marcadas

y tú y yo somos de cortezas distintas.

A mí me duele el vacío,

a ti una mordida sin dientes.

No mires atrás,

lo que se ha muerto no volverá.

Y lo que imaginas

siempre se queda

sujeto a un hilo de impaciencia.

Poetajc