Nunca he visto una rosa
tan magnífica como tú.
Te acaricio
y me pincho delgadamente.
Quiero que florezcas
y seas algo, alguien para mí.
No me impresiona tu respuesta
y penosamente me figuro
tu malestar.
Palmeo tu ramo tan amigo,
piropeo tus pétalos de bestial fealdad
de los cuales me tropiezo
con un ardor insobornable.
Te convenzo y
ruego tu ímpetu
y no tus lamentos
y chillas espontáneas;
Que he resignado
toda mi impureza afuera,
botada a un paraje desamparado,
sin predicción cualquiera.
No te comento esto por furor,
temor, instancia...
te lo expreso con afecto benévolo
de madurez, simpatía y enaltecimiento.
Glorificado de tanto resplandor,
mi alucinación se vuelve
a una supuesta imagen de permisión tenue. Subordinas los arroyos acaramelados
de total ensueño,
sin incitar gota cualquiera,
fuiste sin prever una agrupación
para tu sed.
Me has apegado a tus rayos pasmosos,
favorable hecho siniestro.