Entre los surcos de tu arena fina
se halla la proa de mi grácil velero.
Es un navío que tu tierra aviva,
como la leña aviva al fuego.
Lento dominio me da la arena
con su traje de dorado sigilo
Saldré a tu camino completa
aunque parezca que voy sin tino.
Vi tu imagen por primera vez,
por primera vez hallé tu mimo
-aún parece que vea el cancel
que impedía en ti el lirismo-.
Una mañana de destierro refugiado,
en el lecho de un mar que se movía,
entre el blanco salvaje de las olas
salpicada en espuma sucumbía.
A mi oído prendido en caracola,
en un raudo abanico disonante,
el arcángel silente de la alcoba
se revela en mil grillos relumbrantes
Y mas tarde, el amo Himeneo
como pájaro de la noche que cernía,
nos unía en un amor de terciopelo
y a tu clara coraza me extinguía.
El jardín de las delicias de tu savia
me reclama lacerante en plena playa
y mi jerga pareciera que renuncia
y que nubla confusa mi mirada.
En un vaho de yedras galopantes,
con fragante espuma tejedora,
bebo a sorbos laberintos virginales
cuando Eros con estrépito se asoma.
En la patria rutinaria en que vivimos
se han ajado las túnicas del tiempo
se ha perdido la belleza que tuvimos
a través de nuestro incorpóreo lecho.
En el uso conyugal del tálamo nuestro
se entrelaza lo nuevo y lo gastado,
como el mirlo hacemos nido nuevo
en la rama del árbol de lo usado.