Un perro llamado Lobo

Se llamaba - (es lo de menos),
tenía las orejas largas
y aún más larga la lengua
que usaba para besarme
a la menor provocación.
Tenía unos ojos muy vivos,
¡llenos de amor y alegría!
y el alma se le salía
por la boca, con ladridos,
cada vez que me veía
llegar, colmado de mimos.
Una cola larga, espesa,
con un hermoso pelaje
que ni el más hermoso traje
podría jamás igualar.
Esa cola tan inquieta
demostraba su linaje:
perro pastor alemán.
Las orejas bien paradas
(par de triángulos gemelos)
el hocico pronunciado
en suave curva hacia adelante,
sus cuatro patas robustas,
con una estampa elegante.
¡Hermoso perro, en verdad!
animal de noble raza.
Pero su mayor belleza
radicaba en su bondad
y en la gran felicidad
que trajo hasta nuestra casa.
Inteligente, discreto,
jamás nos causó un disgusto,
se ganó nuestro respeto,
además de nuestro amor
y cuando andaba alrededor
nos sentíamos tan a gusto.
Hoy me vino a la memoria
al ver su fotografía
en el fondo de mi cajón;
y recordé aquella historia
con cierta melancolía.
Se murió de viejo un día
frío y airoso del invierno,
su cabeza entre mis manos
y mis lágrimas cayendo
sobre su nariz ya fría,
mientras mi mano lamía
con gesto amoroso y tierno.
Pero murió satisfecho
después de, por muchos años,
contagiarnos su alegría.
Lo cuidamos mientras vivió,
con dedicación y esmero.
Le dimos comida y techo,
cuidados y mucho amor;
y el nos dió su compañia,
su lealtad y su calor.-