Un día robé tu indiferencia
y gané lágrimas de soledad amarga,
de esas que secan
cuando reapareces
de una larga ausencia.
Estaba enloquecido por ti,
excitado por tu frío lecho;
reparé en tu mirada
y te encontré ahí,
mujer y hembra,
envuelta en ramales
raudos.
Eras mujer y hembra
de otro hombre,
en hueso, carne y alma;
así el lapso terco,
aún callado y denso,
logró marchitar las horas
de mi arrugado cuerpo.
Un día te encontré llorando,
como su fueses una niña sola;
me volví hacia tu mirada
y quise verte mujer y hembra,
y sólo me di cuenta
que tu sollozo solitario y frío,
era el mío tibio y sordo
y se tornaba amargo,
como mi soledad loca.
ya no eras
mi mujer y hembra.