Duele

¿Por qué es tan difícil amar a quien ya tiene dueño? Amar sabiendo que otra piel te reclama, que otros brazos te envuelven, que otros besos ocupan el lugar donde yo deseo vivir. Maldito sea el día en que te conocí… y, aun así, lo bendigo. Porque ojalá hubiera sido antes, cuando estabas sola, cuando el mundo no tenía cercos entre tú y yo. Pero qué iluso: ¿personas en medio? Si el que está en medio soy yo, el que llegó tarde, el que aprende a morderse los labios sabiendo que no es desamor sino compromiso, costumbre, historias compartidas… ¿No es tu marido? Pero es quien duerme contigo, quien te recorre la piel, el padre de tu hijo, tu compañero, tu hogar. Si eso no es ser esposo… ¿qué lo es? Y me duele —Dios sabe cuánto— porque sé lo que siento, sé que me he enamorado de ti con la fuerza de quien no quería enamorarse. Quisiera ser tu todo, tu mundo, tu orilla segura. Pero me siento como un perro fiel, sentado a los pies de su amo, esperando migajas que disfraza de amor, convenciéndose de que ese poco es suficiente. Y aunque tú das lo mejor de ti, aunque intentas sostenerme, algo dentro de mí se vacía, se apaga, se rompe… porque cada día siento que estás más lejos. Más allá de donde mis manos alcanzan, más allá de donde mi amor te llama. Y duele. Duele saber que mientras yo me deshago por darte amor, otro despierta de su letargo y quiere recuperarte… y sé que lo hará. Porque él también te ama. Y no lo culpo. ¿Cómo no amarte? ¿Cómo no perder la cordura por alguien como tú? No es una competencia, lo sé, pero uno reconoce cuando la batalla está perdida y cuando le toca al soldado dejar las armas en el suelo. Y aun así… yo no quiero renunciar. Seguiré adelante, porque vales tanto, parce, vales más que el propósito mismo de mi vida. Estoy enamorado de ti, loca, profundamente, y aunque duela, aunque queme, aunque me parta en dos… lucharé por ti.