No llores más mi tierno niño,
recuéstate en mi regazo,
permite que mis manos;
que mis dedos, recogan el sudor de tus párpados.
Con el sólo toque de mis dedos seco tus mejillas,
miro esos dulces ojos a los que se le escapa la alegría.
Mis manos, catedral de lágrimas,
recipientes de tu dolor y tu tristeza
se convirtieron como ave presa,
en el mártir de tu condena.
Húmedas sin medida las líneas que las adornan,
marcadas por aquellas gotas, que de tu rostro brotan.
Catedral de lágrimas, son las palmas de estas manos,
silenciosas e irreprochables,
tiernas e incondicionales;
que recogen entre sus dedos tu llanto desconsolable.