Como un perro,
escondo mi orgullo y vanidad
para charlar sin vacilar
que la naturaleza sabia supo brindar
al hombre la capacidad
de derrumbar paredes con la destreza física
y a la mujer, la fortaleza
de construirlas con el poder de la mente.
Pues sin más,
un hombre valiente le teme a sí mismo,
a la propia cobardía de su álter ego traicionero
que le impide deshojar
experiencias inconclusas.
Sin huir más lejos de lo que permite el Sol llegar,
ni en la primera verdad indubitable,
semejante sabio supo detallar
la existencia de una verdad precedente.
Y es que si pienso, luego existo,
soy un ente por sí y para sí,
estorbando el paso de concernir
a un ser preliminar por esencia,
que en su boceto intelectual eras tan secreto
como la nada misma.
Heterogéneas cualidades sin saber apreciar,
que instintivamente perdidos en altamar
indagamos aquel tesoro
que nos adiestre al naufragio.
Y sin preámbulos, ni redundar,
no oscilo en alegar
la inmutable magia de cada mujer tras sus pasos.