Me encierro en los firmes recuerdos,
como si el tiempo no pasara por ellos,
me encierro, intentando substraerme
del miedo repentino que me asfixia.
Vuelo lejos y observo la dócil alma,
a solas, cuerpo a cuerpo,
y me enfrento con desorden al odio,
al testamento de las jaulas angostas
donde se esconden los cimientos
de la trágica aventura del vivir,
y la huida nítida de tus recuerdos.
Me enfrento con el lema del tragaluz;
dar vida a la muerte y sumergir la bobada
en una burbuja etérea, lasciva,
sin sentido coherente ni protesta.
Y así, recordaré el sueño a todas horas,
en el encuentro del día y la alborada,
soplaré al viento por ser acequia de manantiales,
y a golpes, los misterios abarcarán
la brisa de cada lágrima derramada
por el bien de tu inocencia robada.
Ho hay error para serpentear por los desperdicios
inmundos que unge la espantosa tormenta,
aunque dialogues con mi sinceridad y apagues
el candil de mi ignorancia pasajera.
Tendré por siempre como amigo el sol,
que no se oculta nunca, y aunque falte,
la luna será el destello y la orquídea
de mi confidente y abstracto sueño.