Eres tú el unigénito
el amado y predilecto,
la complacencia del padre
porque te hizo perfecto.
Dios y hombre verdadero
manso y humilde cordero,
los soberbios con desprecio
te llamaron carpintero.
Los humildes te siguieron
y te llamaron Maestro
antes de ser entregado
sudaste sangre en el huerto.
Amargo fue el sufrimiento
de tu muerte y tu pasión,
para darme la dulzura
que hoy siente mi corazón.
Tus pasos me enseñaron
camino de salvación,
y la esperanza en tu reino
me dio tu resurrección.
Al escuchar tu palabra,
confieso que en ella creo,
mi pecho por ti se inflama
y en mi mente te recreo.
Quiero el gozo y la alegría
que tienen todos los ángeles,
cuando te alaban cantando
a la derecha del Padre.
Y que el Espíritu Santo
me de por siempre tu luz,
para llegar a tus plantas…
Oh, mi amado y buen Jesús!