El bosque del Lago Negro

Entrando en el bosque sentí mi espíritu desgarrarse en finos jirones, y un viento súbito lo arrastró entre las hojas cargadas de fuegos. Mi visión se aclaró en ese instante y los verdes aterciopelados que serpeaban en los arcanos troncos, las lanzas de luna que se colaban entre las ramas oscilantes como pequeños seres familiares, los susurros velados de presencias invisibles… todo lo que había allí se tornó con formas no imaginadas, colores nunca vistos y la intensidad de la llama viva. Y el temor y la maravilla, y el pesar y la euforia parecieron crecer como una espinosa enredadera enloquecida por mis nervios y venas.
Entonces se disolvieron los soplos místicos y los vapores terrenales, y la esperanza, esa blanca sombra siempre adelantada murió a orillas del Lago Negro. Velé con mi mirada un instante su frágil cuerpo roto, pero unas palabras arcaicas y poderosas sacudieron las copas de los árboles y removieron las raíces de la tierra. La nube solitaria sumó entonces su voz. Y esto fue lo que oí a orillas del Lago Negro.
“Estas aguas contienen el Universo
Y por ello, nada.
Aquel que sienta sus corrientes malsanas
Abrirá la piel de todos los tiempos”.
Como un espejo que sólo reflejara muerte y derrota el Lago Negro se extendía antes mis brazos alzados en un abrazo muerto. Se movía entre sueños y estaba hecho de las negras trenzas del deseo abyecto. Miré al Cielo en señal de comprensión y despedida. Perdido espíritu y esperanza, llorando una alegría ya viciada y sosteniendo mi corazón entre las manos mientras lo ofrecía me acerqué a las oscuras aguas eternas.