Confesionario

Es una mañana cantora.
En las calles de esa España hermosa.
Entre caballos, carros y niños jugando,
una primavera hecha mujer.
En el quicio de una puerta santa
los cántaros dejaba en tierra
mientras su belleza descansaba
en esa calle, cada mañana.
Doce aprendices
de la obra de Dios
murmurando sus cosas
por allí pasaban
como el Sol cada mañana
pasa besando la cara del alba.
Evangelios cerrados
bajo los brazos
siendo observados por los mismos ojos
cada mañana.
En el confesionario
una mirada perdida
en el amor de una cruel desdicha.
Un amor a un corazón
envuelto en una sotana
y unas divinas palabras.
Padre, me he enamorado.
hija, eso no es pecado.
Padre, sí lo es, más mi amor
a un sacerdote quiero entregar,
y no puedo.
Mi corazón se esta desangrando.
Padre, Dios me ha citado
para estar pronto a su lado
pues ese mal que tengo
mi llamita está apagando.
Hija, amar no es pecado
para un hijo del Señor,
más sí lo es para un siervo de Dios,
Y ese amor de tu corazón
ha de ser desviado.
Padre, mis lágrimas van sangrando
por saber que es prohibido
el amor entre la iglesia
y el vulgar pueblo llano.
Pero presiento
que esa tierra donde mi alma
echa simiente, algún día será un frondoso arbolado.
Hija, ¿Sabes el nombre
del que un día habría sido
tu amado?
Padre, no sé el nombre de pila
ni quien es su madre familia.
pero sé el camino que toma a diario,
junto a once oyentes del Señor
y testigos de sus actos.
Las lágrimas besan el rostro
del cura en el confesionario.
Pidiendo a Dios cabizbajo
que la voz que escucha al otro lado
no sea la de su amor platónico
que desde el portal, cada mañana
se le quedaba observando.
Ya que si es esa la voz
que tiembla en el confesionario,
pensará que Dios le ha castigado,
por llevarse tan joven
al amor eterno y jamás consumado
y más poderoso
de los nunca imaginados.
Hija, no quiero que me digas
de ser tú la bendita canastera
que cada mañana
con la luz de tus estrellas
alumbras mi alma
y al resto de esta bendita Tierra.
Padre, soy canastera
desde que mis pies andan solos,
y quiero pensar que los ojos que me escuchan
al otro lado, llorosos,
son los del hombre que en mi alma
se bebe los otoños
cada mañana.
Amada, te me mueres y contigo
se va el tiempo perdido,
en el que he dejado pasar tantos suspiros.
Te quiero, canastera,
y por ser tu muerte venidera
a Dios le entrego mi alma
y a ti, la vida que me queda.
Amado, dime tu nombre
antes de que Dios se enfade
y me saque de esta tierra.
Amada, mi nombre es
Alfonso Ruiz de Vivares,
y también quiero saber tus señas
y saber como llamarte
cuando quiera buscarte
en los eternos campos celestiales.
Amado, soy Lucia de Villalba
y el hecho de amarte
no hará de mí separarte.
Bésame, como si a Dios besaras
ya que nuestros cuerpos quedan aquí
y en la muerte no..., jamás...,
jamás podrán tocarse.
Amada, al Señor renegaría
si eso pasase.
Más pisaría el infierno
si eso pudiera salvarte.
Mi corazón llora y arde
Como cuando cada mañana
en el portal tú no estés
cada vez que pase por delante.
Amado bésame,
y Él dirá lo que va a pasarme,
pero jamás podrá hacer olvidar
el primer y último beso
que me entregó mi amante.