"El único indio bueno
es el indio muerto",
lo dijo Phillip Sheridan,
soldado de la Unión.
Lo dijo sobre el umbral,
añoranza de un ruin general,
arriba de nuestros hombros
y abajo de nuestra idea,
sin saber que la vida
vomita más indios,
cada vez que roncan los fusiles
y cada vez que parten
una angustia;
una angustia como la del indio
abanderado,
del movimiento norteamericano,
quien lucha y es mutilado
con una sentencia manufacturada,
que sólo ayudará
a prender una antorcha
de luz esperanzada,
que ilumine soberanos reflejos
que a lo étnico
toca en esta lucha,
para traer de vuelta a los generales,
aquellos del pueblo norteño,
"Crazy Horse" y Sitting Bull",
luchadores por la libertad,
hermanos de Atahualpa y Urracá,
al igual que Leonardo Peltier,
General de División,
desde lo más recóndito de tu prisión.