Tuvo el trigal que dejar moler su oro
y desgranarse en dolorosa entrega,
para saciar así al mundo todo
y en blanca harina convertir la espera.
Tuvo que ser la mano sembradora
y la máquina una boca de abundancia,
la tierra una mujer devoradora
del germen, la paciencia y la constancia.
Al fin la siega , el alborozo, el trino
acompasando el latir de la mañana
en el curtido rostro campesino,
salado sudor que el hambre sana.
Y así en la mesa el pan tiene el reinado
de la crujiente magia perfumada
que Dios para nosotros ha creado,
sacando una semilla de la nada. Una oración que fluyó en los labios
de Jesús, hijo de Dios, nuestro maestro quien nos dejó cual bendito corolario
la tierna donación del PADRENUESTRO.
ELSA TÉBERE