Verdes bosques
se reflejan
en una cristal
cascada
y fuertes luces
adornan doradas
el levitante aroma
de los ángeles
que han caído
en las batallas
por regalarme
el paraíso.
Una mujer
se observa sentada
y grita
ven conmigo,
dame tu alma
para pescar
lo que dejaste
en el olvido,
para tragar
tu sangre como si fuera
vino.
Estoy incado
a los pies de la diosa
Calixto,
diosa hermosa
que ha hervido
mis pasos
con el carbón
de su palabras
enmendadas
en besos.
Sus vestimentas
son largas faldas
de colores,
que bailan al compás
de las nubes
formando siluetas
en cada rose
que me deja
sobre mi piel,
y que en cada
poro ella esconde
partículas de hiel
con dulce sabor.
Inerte en mi paraíso
los bosques se secan
y el camino
a la cascada
desaparece,
solo se encuentra
aquella mujer
con un cactus
que florece,
cada que sus espinas
enverdecen dentro de mi,
espinas conocidas
como lenguas
que tragan servil
lo que ven,
lo que quieren
tener,
espinas doradas
que me hacen vivir.