El muerto

La noche se encuentra muy tranquila;

Las luces titilantes de la gran ciudad

Se divisan a lo lejos, silenciosas,

Opacadas por la espesa niebla que me envuelve.

Me dirijo con paso inquieto,

Incansable y sin mirar atrás

Por estas polvorientas calles,

Que me llevan a una tierra mítica.

Una tierra olvidada quizás

Colmada de historias increíbles,

Poblada por personas amables

Llenos de carisma y buen corazón.

Ha pasado tanto tiempo

Desde aquel terrible día,

En el cual siguiendo mis sueños

Abandone mi humilde hogar.

Más ahora que mis pies,

Vuelven sobre las huellas,

Dejadas por mis soñadores pasos;

Siento toda la calidez del bendito suelo.

Respiro la magnificencia,

De lo puro de sus aires;

La frescura del viento juguetón,

Que arrullo mi infancia.

Siento el suave aroma

De sus verdes praderas,

Preñadas de mariposas multicolores,

Como un bello oleo pintado por los dioses.

A medida que mi arduo caminar,

Se aproxima vacilante a su final,

Los recuerdos vuelven a mí

Como una tempestad divina.

Recuerdos de mi juventud e infancia perdidos,

En los confines del tiempo.

Tantas alegrías y tristezas,

Tantas experiencias vividas.

Tantos sueños truncados,

Tantos familiares y amigos dejados,

Tantos besos dados

En la complicidad de la noche.

Tantas esperanzas y deseos

Trazados en un futuro incierto,

Que se abría paso conforme,

Pasaban los años imparablemente.

Ahora que he regresado,

El cansancio de mi cuerpo

Después de haber vivido tanto;

Se transformara en paz.

Una tranquilidad infinita,

Invade mi cuerpo  aprisionado,

En estas finas tablas aromatizadas

Que han de ser mi última morada.

Ya no hay voces, ni risas,

Solamente una oscuridad funesta;

Que me hace recordar la triste realidad,

La realidad de estar muerto.