Mirar al teléfono, ansioso por una llamada y, que permanezca silencioso.
Escuchar una canción y no tener a nadie con quien asociarla.
Querer dormir mucho para no tener conciencia de que se está solo.
No tener a nadie con quien brindar en un acontecimiento.
Sentir frío y no tener unos brazos para calentarse.
Hablar alto en casa para tener la sensación de estar escuchando a un ser humano.
Tener solamente un plato en la mesa durante las comidas.
No tener a nadie para abotonarte el vestido o arreglarte la corbata.
Salir de madrugada, intentando encontrar algún conocido para poder desahogarte.
Darte cuenta de que no tienes un hombro donde llorar.
Leer el periódico durante las comidas por no tener con quién conversar.
Verificar que la correspondencia se resume a estados de cuenta y facturas a pagar.
Nunca tener a quien decirle buenos días, al despertar.
No tener quien te haga un té cuando no estás bien.
No tener posibilidades de dividir el mismo desodorante o la misma pasta de dientes.
No tener a alguien que te cuide y te mime.
¿Y tú? ¿Cuánto te sientes realmente solo?
El aislamiento es diferente de la soledad.
El aislamiento es el momento que se escoge para estar con nosotros mismos en paz y armonía.
Es una búsqueda interior, un movimiento voluntario, una virtud desarrollada.
La soledad comienza cuando nos cerramos para el Amor.
Por eso, amiga, o amigo, mientras seas capaz de amar y que te amen, mientras estés dispuesta o dispuesto sin importarte la edad, a dejar de pensar en singular para enamorarte perdidamente de alguien, nunca vas a vivir en soledad.