I. Primeros pasos
Me salgo a caminar
y me pierdo en el tiempo.
No sé cómo lo hago,
sólo sé que el milagro resulta
y el ave que antes me temía
ahora se posa al hombro.
Ahora es amiga, casi amante.
Ya no es Soledad su nombre,
ya le tomé cariño,
sólo le llamo Sole y a ella le encanta,
como le deben encantar tantas otras cosas.
¡Descará!
sino ya me hubiera abandonado.
Me pongo a pensar.
¿Por qué antes me temía?
Debe haberle temido a mis amigos,
a mis hermanos, a mis padres o a mis vecinos.
Quizá fue por las fiestas,
por las playas, por los montes o sus cuevas.
A lo mejor fueron mis problemas,
mis estudios, mis negocios...
¿Quién sabrá?
Sólo ella creo y no lo dirá.
¡No es que no pueda! Sino que no quiere
y es por eso que mientras yo la nombro Sole
otros la juran Soledad.
Me arriesgo a fumar.
Ella se enfada, me regaña, me grita.
No puede entender a los humanos
y con dulzura explica que eso es algo malo...
Yo le pido perdón y sigo fumando.
Ella se enfada aún más,
se va volando
a veces se va lejos
y otras se posa en un árbol.
Aprovecho entonces la ojeada al diario.
(y mi cigarro siempre se está apagando)
Me echo a llorar
al recordar mi pasado, mis amigos, mis hermanos.
A mi tierra y a mi pasado.
Duelen las imágenes,
duele lo de antaño.
Todo lo que llevo por dentro duele,
lo que fue bueno, lo que fue malo, lo que no fue.
Exasperada el alma en su vacía tinaja
rezándole está al cielo un par de nubes.
Saco un pañuelo excomunicado y lo arrojo
gritándole: ¡Malo! ¡Bastardo!
Me paro a gritar.
Quiero expulsar todo mi dolor,
mis penas, mis dudas, todos menos mi amor.
A él quiero retenerlo más sin gastarlo
porque algún día amaré siguiendo un viejo tabú.
Sigo gritando.
Ya casi no queda dolor,
no queda garganta, no quedan personas
a mi alrededor... sólo mi amante
que baja de su orgullo a escuchar
mis gritos de desesperación,
se me posa al hombro a pedirme perdón.
Me empiezo a reír
y con mortal rabia humana
le caigo a amargas pedradas
como si fuera un Cristo arrodillado.
Y escupo mis calles de Jerusalém.
- ¡Vete puta! Que no te quiero ver, ni oír, ni oler.
- ¡Vete! que no te quiero tocar, sentir, amar ¡Aléjate de mí! – le dije y se fue.
Al fin se me alejó la soledad.
Al fin me dejó sólo Soledad.
¿!Qué digo!?
Noviembre, 1995
"Primeros pasos"
Copyright © 2004 – Michel Fernández Pérez