Aprovechando la mañana

Con el estilo de humor alborotado
y la buena costumbre por delante
me conduzco hacia la barbería
a dos manzanas de mi residencia.
Las buenas tardes, con las que locuciono
mi entrada, bajo un efecto diplomático,
no son aceptadas por mi silencioso interlocutor
que me huye a cada registro de aparición.
Con las tijeras en la mano, él
y creyéndome que el intercambio comercial
tiene que ser leal, me siento ex profeso en el sillón hidráulico y confío en la profesión.
Dispuesto ante el filo luminoso
veo rizos y tirabuzones caer alegremente
mientras sofoca la incipiente coronilla
con un ladeado de mechón.
Terminado el trabajo me indica,
de forma husmeante si deja ya de cortar
a lo que le contesto que está muy bien,
que ya volveré otro día,
cuando la escultura de mi cabeza
se haya deformado,
cuando su ira se haya apagado
cuando mi parasol entre por su puerta
cuando la pecuniedad no fomente la altivez
cuando tenga mejor humor
o cuando se pueda comprar conversación.