¡Oh silencio parco!
sólo estás ahí
cuando un grito tuyo
se cuela debajo de la tierra;
cuando la hoja seca
que cae del árbol,
tiene miedo del aire,
y sola va muriendo
a través del tiempo,
en su rumbo mortal.
Cuando joven
centellaba como verde lucecita,
alumbrando el corazón mío,
sin pretextos para sonreír,
lejos de las miradas que hieren,
lejos del dolor sombrío.
No existir como la hoja seca,
es caer una sola vez,
para ser pintada sin vida
como naturaleza muerta;
es el privilegio que no repite,
es como desvestirse de una dimensión,
para asir un espacio inexplorado;
viajar sin existencia corporal,
buscando la definición del hambre,
de un aguacero
y del beso sobre un pétalo perfumado.
Cada día que pasa,
bien allá delante de la niebla,
ella agoniza frente a la luna llena,
saboreando la alegría escasa
de los placeres del sol,
excitada ante la reencarnación
de otro día exaltado de calor,
removida por el alma tan noble del viento,
que está vivo y es tierno,
como la brisa temprana que hurta amor,
a la espera del nuevo atardecer.
Me arranco el aliento,
cada vez que veo morir una hoja
que ya no está en la selva;
para qué tanto dolor de parto
y apego a la vida inútil,
prefiero estar ciego
en medio de la calle,
y no ver el avance tecnológico,
de satélites, órbitas y llantos,
ni ver a mi propio pensamiento;
eso me pasa cuando veo
que una hoja se seca,
ante el silencio parco.