EL SUEÑO, ESE LUGAR PERDIDO

El sueño, ese lugar perdido,

oculto a la mirada de otros,

lejos de cualquier sitio

donde no existe la edad

y el tiempo, ha sido desterrado.



No hay presente,

un antes o un después,

intangible como el viento,

incoloro en ocasiones,

colorido y caprichoso en otras.



Quiero luchar con la noche

y vencerla de frente, en su terreno

cara a cara,

permanecer despierto

hasta que amanezca

y las calles mojadas

por las impertérritas barredoras

huelan a hogaza de pan recién hecho.



Llegó la oscuridad

y con ella la noche,

dejé que el sueño me poseyera

como un cuerpo frágil y sumiso,

que me abrazara embriagador

como un fiel amante incansable

que escondido en la alcoba aguarda

entre las sábanas de la lujuria

mi presencia

y que no te deja marchar

por más que pelees contra él.



Ahí entre tus brazos,

entre esos mundos absurdos

—aunque no siempre—

me siento seguro e intemporal

entre las paraidolias de lo real

y de la locura, de lo animado

y de lo inerte, de lo vivo

y de lo muerto.



Despertar, es renacer a la pesadilla,

a lo cotidáneo, absurdo,

a lo reptitivo

al florecer de lo trágico

de una dramaturgia griega

donde lo clásico y el dialogo

son cartas en la baraja de Esquilo.



Déjame ser sueño

ser intemporal

ser parte de la noche eterna

bañarme en el estanque de Betesda

cuando se agiten sus aguas

por el aleteo de un ángel.



Déjame quizás

transportarme a las playas de Itaca

y compartir sus olas

con Atenea cuando salte desde el Olimpo.