Era una abejita muy alocada
que de rama en rama cada día volaba
la pobre golosa así se deleitaba
del sabroso polen que la vida le daba.
Cierto día en que la abejita volaba y volaba
buscando el sabroso alimento que deseaba,
volaba y no encontraba, y las fuerzas le faltaban
hasta que moribunda cayó al suelo extenuada.
La pobre abejita movía las alas angustiada;
caía y caía por el viento arrastrada
estaba perdida, se sentía morir
sin que nadie la ayudara a poder sobrevivir.
Era un niño bueno, de esos que no fallan
con su pantalón corto y medias de lana
el niño jugaba y ni cuenta se daba
que cerca de la abejita peligroso pisaba.
Al posar sus ojos despacio en el suelo
vio a la indefensa débil y sin fuerzas,
el niño a la abejita abrió su corazón
tratóla con cariño y dióle su atención.
Mas, ¿Qué hacer por ella?¿Cómo ayudarla?
¿Qué necesitaba esa pobre indefensa?
Sólo una gota de agua con un poco de miel
puso junto a ella, el niño aquel.
Temblando la abejita se acercó a esa miel;
tomó y tomó hasta sentirse fuerte
mas apenas pudo, empezó a volar
y picó el cachete de su héroe fiel.
Así es a veces, cosas de la vida
hay gente muy pobre que a otros se arrima
cuando necesitan, hablan siempre bien
pero a las espaldas ¡Hieren con desdén!
Esta historia enseña a no ser olvidadizos
debemos en todo ser agradecidos
gracias dar a todos, en todo, y por todo
mas a Dios primero, por su amor y cuidados.
Marco Senmache Rodríguez - Perú