Ella llenó de sueños su alma entera,
Arroyo cristalino de vírgenes montañas
Y en sus pupilas una lluvia de estrellas.
Tiernas fresas cubrían su boca,
de Perlas marinas su sonrisa
y en su vida un bosque de amapolas.
Ella arrastraba en sus alas
Un ramillete de rosas rojas,
Un arcoiris interminable,
Un montón de alegres mariposas,
Incansables cantos de ruiseñores,
Un sol que se mece sobre las olas.
Era cierta toda palabra
Si brotaba de su boca,
No había engaño en sus ojos
Ni ardid en su alma prodigiosa.
Nunca nadie había amado tanto,
Nunca nadie pudo ser tan feliz,
Una alfombra acolchaba su paso,
Gracia divina había en su sentir.
La gloria del paraíso era poca,
El cielo se posaba en sus manos,
Nada se igualaba a sus emociones,
Nada divino, nada humano.
El mar bañaba sus pechos,
El sol doraba su piel,
Agua y sal sobre su vientre
Dulce néctar, dulce miel.
Pero un día el sol se vistió de negro
Y la tormenta estalló en su ser.
Un frío se caló hasta sus huesos,
Un abismo se abrió a sus pies
Vivió su pobre alma
el éxtasis de la felicidad plena;
Pero ella murió de amor.
Como un baño de agua helada
Todo su cuerpo se estremeció,
El dolor más agudo
Hizo estallar su corazón.
Ya no era de ella el hombre de su vida
Alguien más comparte su amor.
Ya no hay un jardín en sus sueños,
Ella murió de amor.