Como aquel viejo jarrón
sobre la mesa de tu sala,
maltratado por el uso,
despintado por los años
y las múltiples lavadas,
que nunca te mereció
ni siquiera una mirada.
Tu vista siempre ha quedado
por completo acaparada
por los arreglos de flores,
penachos multicolores
que su belleza derraman,
envolviendo en su perfume
a tu mente ilusionada.
Así, también, he pasado
por tu vida sin ser visto,
sin merecer tu atención
siempre desviada hacia el fruto
de mi loca inspiración:
encuentras en mis poemas
motivo de admiración.
Me felicitas por ellos,
me alientas a continuar
y te causan mis aciertos
una alegría muy ufana,
sin reparar en el hombre
ni en su calidad humana.
Sin comprender qué se esconde
detrás de cada palabra,
sin saber que en mí se oculta
esta pasión atormentada
que florece en cada verso
y esparce ante tí su aroma
y se eleva, como el incienso,
en un culto hacia tu persona.
Yo permanezco ante tí
obscuro, gris, en la nada,
como aquel viejo jarrón
sobre la mesa de tu sala.-
Eduardo Ritter Bonilla.