UNA MÚSICA QUE LO LLENA TODO

Hay una música que lo llena todo,

en las calles que atravesamos,

en los cielos, en los prados, en los bosques mágicos o incinerados

o apiñadas sus notas en los recortados bordes de la mar;

hay sonidos inconfundibles que engarza a los hombres,

que viven y se unen en ella,

como migajas de una gran esfera de libertad.

Hay un espectro de inverosímiles matices desprendido del amor,

líneas de fuerza repartiendo su misterio en cada una de las casas,

un rayo quebradizo como fuego generoso dividiéndose en infinitas

partículas de calor.

Una música que lo llena todo para oídos muy finos,

no para sordos del corazón,

sí para el que apiló la sensibilidad y la llevó siempre

sobre sus hombros,

no para el que se autoproclama hombre sin saber

siquiera lo que esa palabra entraña.

Hay una música que lo llena todo,

que lo llena todo,

que siempre estuvo ahí,

que decayó, que fue desgastando lentamente sus tonos,

que lloraba como humana por no ser escuchada,

pues siempre fue ignorada o mal interpretada,

que siempre fue rechazada, nunca apreciada.

Hay una música que todo lo llena

para el que desee prestar atención,

fino de oído, virtuoso de corazón,

el único que será capaz de recibir y valorar

sus armoniosos acordes.

Hay una música que siempre estuvo ahí presente,

una música que todo lo llena,

y que casi nunca fue escuchada por aquel

que se autoproclama hombre o mujer,

individuo que detesta revelarse a sí mismo

lo que esa magnífica palabra entraña.