En recuerdo de Lucena

Olivares infinitos de Lucena, alineados por los siglos de los siglos,

bajo cielos de todos los colores,

soles de todos los rigores,

agua de todos los océanos,

chismes de todos los rumores,

sangre de todos los martirios,

olivares infinitos de Lucena, alineados por los siglos de los siglos...

Parecéis pacíficas manadas de animales primitivos, 

obedientes y pausados, en orden y concierto. Mansos como corderillos.

El árbol del bien y del mal no os produce rebelión, ni avaricia,

ni deseos, ni lujuria, ni daños ni perjuicios.

Olivares infinitos de Lucena, alineados por los siglos de los siglos.

tenéis en cada oliva un venero de longevidad y un refugio de bandoleros

embozados, bellos como el brillo del aceite, como ellos mismos,

en busca y captura, de existencia confidencial...

Y un sendero para sus carretas en su travesía del desierto,

y un caballo andalusí dibujando filigranas, y

coplas y castañuelas, y amores que no quisimos y

un capote de oro y grana y pasodobles eternos y

aguardiente madrugón en un mostrador de vinos

en mañanas heladas pegadas a la tierra,

con un jornal a destajo alejado de los cielos y

un pantano por orden de Francisco y José Antonio Primo de Rivera y

una ermita a nombre de Araceli, Virgen y bella y...

Olivares infinitos de Lucena:

¡Filas interminables de sotanas al paso acompasado de un concilio!