En un antro pedregoso...

En un antro pedregoso
de tonos rojizos y cuero
late, vestido de negro
un corazón cauteloso.
Sobre el cristalino y puro
vidrio que viste ese centro
habita un rígido céfiro
y su guardián, un escudo.
Al embate de mis gritos
no se conmueve ese hielo,
que sigue inhiesto y entero
sin aprestar mis quejidos;
y cuando caer parece
el guardián de mis porfías,
más se endurece y se enfría
la frigidez que la mece.
¡Que al bonito sentimiento
ni las rocas dan su asiento!
Una flecha le arrojé
desde atalaya inmortal
que encumbra toda mi fé
¡flecha ciega y fatal!
Destinada para el cielo
su destino fue sufrir;
quemada fue por el hielo
y sus cenizas, sin duelo,
dignó, fríamente esparcir.
Y colocóse en poltrona
de madurez permanente,
de saber omnipotente
e hibernó sobre las rocas.
¡Que al bonito sentimiento
ni las rocas dan su asiento!
pio espejo