Quimeras

A veces, mientras duermes, te canto una canción.

Nos hemos hecho viejos visitando

el triste país del olvido.

Ya no te veo, y eso me parece distinto,

pues ya no conozco tu sonrisa;

la siento como extraña, como den una memoria lejana.

Donde los peces juegan a escribir cartas;

donde tú y yo jamás existimos.

Y miré tu figura cerca de la puerta.

Vislumbré tu sombra, intacta, taciturna.

Tus ojos parecían como estallar,

como manipular la luz de las estrellas.

Te amaba a través de ese trozo de madera;

un incipiente punto me permitía contemplarte.

Y te amaba aún, tú, sin dejarte.

Quería abrazarte, rozar tu piel, besarte.

Quería obtener tu alma, desearte;

reír con tu ternura, adorarte.

Pero tu empeño se volvió espuma en un instante;

te convertiste en humo, volaste.

Tenías tanto miedo a amar.

Creías que yo intentaba lastimar

tu triste vida;

te empeñabas en huir de  mí.

Colmabas lo que yo sentía

con tu indiferencia.

Todo por tu tonto afán de ser feliz.

Pero... ¿Qué es la felicidad?-te preguntaba-

Tú, callado, no decías nada.

Mis ojos se sumergían en verdes aguas.

Mientras, tú, te tragabas lo que me hacía falta.

Y todo pasó: se fue la palabra;

se marcho el amor; se quedo la nada;

me rendí ante la soledad; despedí un poema.

Canté la interminable letanía de los que no llegan...

Aquellos que se quedan con las manos llenas,

llenas de todo menos de lo que necesitaban.

Que se les escurren los versos por las vértebras.

Pero el amor, ése, se queda esperando la interminable llaga.