UN TRECE DE ENERO

Cabalgo a lomos de enero
recorriendo su frío invernal
con sus umbríos amaneceres
tan carentes de vida y color.
Es un jardín sin gente
una juventud sin infancia
una fuente sin agua
un río sin peces.
En el fondo me gusta su trote airado
su talento creador de tormentas
el tinte opaco de sus tardes
su triste ulular llevado por el viento
cuan ballena herida por experto arponero.
Y así juntos
vamos recorriendo los días
tomados de la mano
escondidos de la luz del sol
cada cual con su abrigo
de palabras que reconfortan
de hojarascas ocres y sienas
que alfombran las calles
humedecidas por la lluvia.
El silencio es nuestro cómplice
nuestro aliado perpetuo
el tráfico y las sirenas
nuestros jilgueros y verderoles
con sus trinos continuos.
A las puertas asoman
ataviadas de sombras

y de rostros que no ven el sol
las viejas cotorras del barrio
a barrer la aledaña acera y lavarle la cara
a la espera de conocer lo que será del día.
Ver si uno lleva la basura al contenedor
o va bien temprano al bar de la esquina
en busca quizás de consuelo espiritual
o acaso, tal vez, de calor humano de pago
cuan aguilucho cenizo en extinción.
En las calles aún se puede oler
al año que se fue a regañadientes.
Suspiro al mirar la agenda con su fecha
y pasar las hojas escritas de mi puño y letra.
¡Ha sido un largo año plagado de plegarias!