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Poema
Categoría: Recuerdos

ENTRE UNA POSTAL DE PARIS Y TU CAMINAR

Hoy he visto
el triste andar
de tu melancólica figura taciturna,
pasar, sin fama ni gloria,
por esa misma calle del orgullo,
donde con pretendida vanidad, balanceabas,
la grácil figura de tus formas de otrora;
ya no hay el coro de voces que adulaba
y aturdía tu fugaz encanto?
Ya no te acuchillan las miradas libidinosas
de los viejos "rabos verdes"
o de turbios e improvisados galanes,
que te acechaban
desde los disimulados ángulos obscuros
de aquellas pretéritas y ebrias callejuelas
por donde solías caminar,
voluble y coqueta,
con tu maquillaje de insulsas apostasías.
París, París. Ni en tus sueños alucinas
huésped profana de lechos impropios.
Jugaste a enamorarme
y me hechizaste con el embrujo
de tus dulces falsedades;
yo andaba sin rumbo ni ruta.
Grises chacales aúllan lastimeramente,
en las tardes brumosas,
por tu ausencia;
son los fantasmas solitarios
de antiguos amantes noctámbulos
que todavía, en el limbo, te esperan.
Yo también tomé el tren que partía,
justo a la hora en que el sol llega a su ocaso,
huyendo, inevitablemente de todo,
de ti y de mi mismo.
Sin volver atrás la mirada, partí;
era imprescindible,
tenía que recuperar al Ser que fui,
tenía que doblegar
el encanto absurdo de tu simpleza
y descubrir
que no SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE.
La melancólica tonada de un rondador
se pegó en mis oidos
con un zumbido de ternura delirante,
tuve temor,
tantas veces tuve temor
de fallarme;
la arquitectura de tu carne
muchas veces modificó
el itinerario voluntario de mi escape.
París, París; peces extraños nadan en tu roja corriente sanguínea, simulando ser glóbulos de aire.
Jamás lloré los dolores propios
de mi corazón partido;
me conformé con todo y con nada,
compartí cada parte tuya,
toda fuiste ajena mía,
desde tus labios
hasta tus ajenos míos muslos tibios.
Juré no hablar de estas cosas,
más, que da, no corro peligro,
de volver a andar por los mismos caminos;
me prohibí la resaca de tu nombre
y mira si es irónico el destino,
hoy te he visto
entre una postal de París
y el triste caminar de tus pasos lívidos.
Pude haberte amado,
sólo imagina cuanto;
que importa ya,
después de verte
se curaron también mis cicatrices.
París, París. Hay un libro, en mis manos, de versos monótonos y grises.
El brillo de tus ojos se ha extinguido,
ya no existe;
quise odiarte para saber si te amé algún día
o si pude haberte amado,
nada. Todo este tiempo
estuve odiando a la sombra
que se proyectaba de mi mismo.
Me apena reconocer
que hayas muerto hace tanto tiempo
y que sigues vagando,
errante y solitaria,
en busca de ridículos afanes,
añorando las fútiles quimeras
de tu ego, necio y aturdido.
Pude haberte amado,
¡Ah, ilusiones humilladas y vanas!;
pero tus alas,
no añoraban estar plegadas,
la sangre ardiente de tu cuerpo
las quemaba.
Pude haberte amado;
pero tu corazón ardiente,
el frenesí de tus latidos,
¡Ah, ignorante cortesana!
yo creí que no podría vivir
si no estaba contigo.
Pude haberte amado,
más, ya que importa,
sólo Dios sabe, que fui sincero.
La postal de París ha caído,
como un pájaro muerto, de mis manos,
después de que te he visto.
19/Julio/2004
Datos del Poema
  • Código: 234057
  • Fecha: 09 de Abril de 2005
  • Categoría: Recuerdos
  • Media: 6.81
  • Votos: 135
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1,672
  • Valoración:
Datos del Autor
Nombre:
País: Sexo: Sin Datos
Fecha de alta: 26 de Abril de 2024
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