Ante mis ojos
un ente con la membrana que se le gastó,
derruida
pero
amada.
Languideciendo en un eucalipto,
da por ofrenda un llanto.
La tierra golpeada,
un ave que anida en la copa de un tinto.
El matiz del cielo
vuelca un tímido rayo del Oeste.
Toco el banco, me doy vuelta
y te veo en los nuevos adoquines de la peatonal,
¡no me recordas!.
Te goza juventud,
me tapo en el destierro del Coliseo,
los truenos son de luto hoy.
Están a mi lado,
casi ciego porque al Este
sigue luz.
El arrojo es tan osado,
como el reto de mis querubines en las hamacas,
pueril se arrollan al corazón.
El pulso toma carrera,
ya me cuesta ver, y en el pesar
el ojo de mi Señor a mi espalda.
Raspa ardiente el despertar,
la cabeza se hunde en senos ausentes,
frazadas con su aroma,
trepa, penetra y corre por la mente.
Veterano de la calle,
chamullo arrabalero por hendiduras,
copas de cristal barato y,
en la balaustra tomaste una amarra.
La percusión late del pecho,
bajo y miro el amuleto,
miscelánea alborotada por unos acordes.
Alguien asoma,
vende el ramo antes de empeñar la batuta,
despojos en la basura.
Sí, en treta de picardía muerdo el Vals.
Peralta Ramos,
mirador y cobertizo
para este ojo de idiota.