Nocturno a una mujer amada

No es la noche estrellada que tiene tu esencia,
Ni tampoco el aura que redondea a la Luna,
O los celos que la oscuridad le tienen a tus ojos:
Es la melodía de tu suspiro fatal y onírico,
Entonando con el paso de tu sangre ardiente
Ese himno que tortura a cualquier ser viviente
Que te haya visto pasar incapaz de poseerte:
Entonces, con la madrugada brillante e intacta,
El recorrido del viento silba mi grito y mi ansia
Te quiero y anhelo como a la inocua esperanza,
De ser un día el que porte con orgullo tu beso.
Mi alma está entregada: El tic tac de las estrellas,
Desde el cuarto creciente hasta la luna llena,
Conocen ya el empeño, ser un cirio en tu santuario,
Y el amor más manifiesto que viva entre tus manos.
Yo, llevo el labio hinchado del tatuaje de tu nombre,
La espalda quemada con las yemas de tus dedos,
Y cifro en cada rezo, mientras no te tengo, un verso
Volverte a ver, ¡Siquiera en el horizonte, allá a lo lejos!
No es la madrugada que tiene tu esencia impregnada,
Es el aire que respiro desde que compartimos un aliento,
Cuando te tocaron mis manos y se entregaron esclavas
En el instante bendito cuando se fundieron nuestros pechos
Y cayó el sueño prodigio que me enseñó cuánto te quiero.
Cómplices, la luna, el sol y las tantas horas de tus besos,
Yací sin darme cuenta apretado y enredado en tu lecho,
No sé si es pecado, una bendición, o una agonía hermosa,
Tener una mujer que simultáneamente es lava ardiente y rosas,
Haciendo de mi nocturno desvelo, la más pacífica de las galas;
Insomnio que por fin, aún sin dormir, se convierte en ese sueño,
Aquel en el que bien sabe Dios, desde hace mucho tiempo te espero.
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