Como toda historia, el mío no será deferente,
comienzo por el principio como referente,
pero a pesar parece vulgar, en mí tiene peso.
Es novela de amor del que aún estoy preso.
Eliminar estos dardos cobija prudencias
supura la herida por tales consecuencias.
La dorada espina inclemente me mira
por trabajo bien hecho satisfecho respira.
Quedo están dedos musicales nocturnos,
las yemas dactilares van buscando turnos,
la escena luce desiertas, con luces apagada.
El rigor inclemente, suaviza la madrugada.
En la esquina, hallé congojada a mi muchacha,
la humildad a su personalidad fiel la ensancha.
En la ocasión la espesura de mi fe es irrefutable.
En sus lágrimas había perdón muy loable.
Callé sus llantos en la hoguera de mis brazos,
el tiempo se hizo eterno en amorosos abrazos.
Murió en impotencia la temible incomprensión,
los rostros empapados juzgaron consolidación.
Amantes amados felices siguieron amando,
yo con mis versos interminables seguí soñando,
la gloria volvimos hallar en este re-encuentro.
Por dilucidad ésta breve historia, me concentro.
Autor: Alcibíades Noceda Medina