Divagación II
Son las siempre mismas tres de la mañana:
sonidos de freno con motor a lo lejos,
gallos madrugadores confundidos,
gritos apagados por el ulular del viento.
Yo, recostado sobre un montón de hojas,
escritos mal habidos por la desgracia
que ha sido para mí tu partida,
canto, junto a una copa de coñac tus besos.
Juego como apostando a la ruleta
la vaguedad de mi vida;
meros esfuerzos lánguidos, moribundos,
por alcanzarte en la Tierra prometida.
Y bajo a las reglas sujetas por una bala,
arriesgo yo, al último de mis valores
con la esperanza de que la bóveda,
me sonría con un estallido de alivio.
JMO