Mi Inquietud

He mordido manzanas
y he besado tus labios.
Me he abrazado a los pinos
olorosos y negros.
Hundí inquieta mis manos
en el agua que corre.
He huroneado el la selva
milenaria deshechas.
Y he recorrido los pedrosos
caminos que ciñe como fajas,
la ventruda montaña. ¡ Oh amado !
No te irrites por mi inquietud
sin tregua.
¡Oh amado!
No me riñas por que
cante o me ria.
Ha de llegar un día
en que he de estarme quieta.
Ay, por siempre, por siempre. Con las manos cruzadas
y apagados los ojos.
Con los oídos sordos
y la boca muda.
Y los pies andariegos
en reposo perpetuo
sobre la tierra negra. Y estará roto el vaso
de cristal de mi risa,
en la grieta obstinada
de mis labios cerrados.
Entonces aunque digas
¡anda!, yo no andaré.
Y aunque digas, ¡canta!,
no volveré a cantar. Me iré desmenuzando
en quietud y en silencio
bajo la tierra negra,
mientras encima mío se oira
el zumbar de la vida,
como una abeja ebria. ¡Oh amado! Déjame que guste
el dulzor del momento
furtivo e inquieto.
Deja que la rosa desnuda de mi boca
se te oprima a tus labios.
Después será cenizas
sobre la tierra negra.