Con embriaguez de opio, vislumbre en mi ventana
un ave dorada que con sus trinos, sin pausa me avisaba
de un mensaje cifrado en incesantes noches y mañanas,
cuyo febril texto, ahora en mis manos se posaba.
Desde otros espacios me mostraba la espada del olvido
que mataba mi suplica de amor, y el naciente ocaso
quebrando la alborada del retorno, que tanto he pedido,
la misma que fugó con el cruel triunfo del fracaso.
El canto del ave me transportó hacia el pasado
donde como el, libábamos mieles de las flores
en la aurora boreal de aquel tiempo amado.
Al acercarme al cristal, se fugó la fantasía
porque el pájaro era un reflejo quieto y frío,
y su ilusorio canto, metal y vidrios que crujían.