Dalia

Vive retando al destino
y enfrentándose a la vida
con la mirada de acero,
con la frente levantada
y con el alma decidida.
No pide ni da cuartel,
no espera de nadie nada,
y se "capotea" los problemas
con esa actitud serena
de quien ya está "bien toreada".
No se complica las cosas
y las toma como vienen,
afronta sus realidades
sin romance ni poesía,
con la serena alegría
con que se vive a los veinte.
Se encuentra sola en el mundo
y sola se desenvuelve;
en el silencio profundo
de quien lucha y se resuelve
a no verse nunca vencida,
porque el ser vencida, duele.
Tiene un novio que la estima,
medio la apoya y consiente
pero, no la quiere tanto,
más bien codicia su encanto
y busca lo que le conviene.
Ella confía por completo
porque confiar necesita
en alguien, en su camino;
le tiene amor y respeto
porque él es rico y muy fino,
pero no se la merece.
Dalia llega por la noche
hasta su humilde vivienda,
cansada y malhumorada,
pues tuvo una discusión
con el dueño de la tienda
y acaba de ser cesada.
De carácter firme y rudo,
no se deja que la ofendan
(aunque sea un hombre maduro)
mucho menos que la humillen
con insinuaciones necias.
Ahora está sola en su alcoba,
en esta noche callada,
rodeada por el silencio
(no tiene un radio, ni nada)
avienta a un lado la escoba
y se derrumba en su cama.
A solas y preocupada,
sin testigos, con su almohada,
Dalia está anegada en llanto
y le pide a su Padre Santo
que la ampare en su quebranto,
pues se siente desolada
y las fuerzas se le acaban.-
Eduardo Ritter Bonilla.