Escuche tu voz más allá de la ciudad
y un ligero aroma en el viento me llevo hasta a ti.
Después de tantos años acorralado
entre acolchonadas paredes blancas
por fin todo lo comprendí,
tú eras esa persona que me topaba entre los sueños
a la misma hora, en el mismo lugar,
con diferentes vestidos para engañar al subconsciente,
con un sinfín de detalles para engañarme a mí mismo,
perdí la razón, al no saber cuando empezaba a soñar,
al abrir o cerrar los parpados, al ver el sol o la luna.
Pero ahora sé que todos estaban mal,
no era demencia, era el capricho del destino
que nunca se rindió hasta reunir a dos almas en condena.
Te veo, me acerco, te toco y te doy un beso,
tus labios son tan dulces que se derriten,
tu piel tan delicada que se desborona,
tus ojos adiamantados me deslumbran y dejo de ver tu rostro,
el rio, los arboles, el cielo y las hojas secas que están bajo mis pies
se despintan gota por gota
escabulléndose hasta una coladera,
al final solo queda un lienzo blanco,
un lienzo blanco que se parece a mi cuarto.