No habrá más remedio; escuchar voces
Que murmuran sin descanso
Desde la ventana de la habitación.
Corro donde quieren los ojos,
Entre paredes construidas en madera,
Alarido en la ancha mirada
Guardada en un estuche de roca.
Más alejado a la imagen, con anagramas extraños,
En la fresca nostalgia,
En el color ocre de las hojas.
Dejo atrás la calle del pasado,
Escribo para esquivar la locura,
Disfrazo al deseo a lo lejos
Con la suerte de construir muros
De un espeso hormigón.
Guardo este estuche de roca,
Envuelto en mi infancia
Y como quien hace una excursión
Levanto la mirada;el secreto de ellos dos,
Huyendo para acompañar a la soledad
Bordo con punto cada año,
Los trenzo con hilo de colores
Y aprovecho el viento de cara.
Después, tenía un cráneo de dos centímetros,
Que no cruzaba una sola palabra,
Cabeza de hierro, vestido de nervios.
Luego me cepillaba el pelo
Con los ruidosos devaneos de una sombra.
En el otro lado del rostro; sangre,
Un cuchillo afilado reflejaba en el espejo,
A una joven de belleza serena,
Jugar con mis dedos, peinar mi entrecejo;
Ya había cumplido treinta y dos años.
No habrá más remedio; escuchar voces
Que murmuran sin descanso
Desde la ventana de la habitación.
Ahora, de mayor, vestido de grises,
Asisto al funeral; en la propiedad de un esposado,
Cicatrices en ambas manos
Y ojosdesteñidos de cardenales.
Corro al cruce del abismo, al cuerpo adolescente,
Junto al oído de unas voces,
En las efemérides del adiós.
Ahora, de mayor; treinta y dos años.