A hurtadillas, niña, te corté un cabello
para atar mi barca junto a la ribera
y en la costa misma de la Primavera
pude ver el cielo luminoso y bello.
Ay, con tu cabello remolqué mi barca
bajo el firmamento de tu cuerpo entero,
y entre tus estrellas me sentí un lucero
y en tu reino dulce me sentí monarca.
Era el viento un arpa resonando sones
casi imperceptibles junto a tus gemidos
y tus pechos eran pájaros heridos
bajo el trepidar de nuestros corazones.
Escancié las mieles de tus entreabiertos
labios con mis labios, mares de placeres.
Júbilo infinito en los amaneceres,
fruto prohibido de ignorados huertos.
Música intangible en los alrededores
fuego en nuestras almas, fuego en nuestras pieles.
¡Ay, mi inquieta niña! ¡Tanto que me dueles!
Eres como un campo de variadas flores.
Quita ya la venda de tus ojos tristes.
No le des entrada a mis voraces fieras.
Solamente quiero, niña, que me quieras
pues mi vida alientas al saber que existes.